Hawaii Fire Dancer via photopin (license) |
El juego seguía hasta que dos salían al mismo tiempo de sus escondites, disparaban y se negaban a morir. No me pegaste, sí te pegué. No. Sí. Entonces se rompía el hechizo. El juego no se apoyaba en ninguna regla más que la confianza mutua. Cuando alguien traicionaba esa confianza, era imposible jugar.
Muchos años después, en unas vacaciones, nos pusimos con unos amigos a jugar al Jodete. Discutimos cómo iban a ser las reglas. Uno de nosotros quería jugar a rajatabla: si te quedabas con dos o una carta y no avisabas, serías penalizado. Si avisabas al jugador de turno que tenía que avisar, también. Y si amagabas jugar y no te tocaba. Y si avisabas a quién le tocaba.
Como para que no quedaran dudas, pusimos todo por escrito. Al rato, dejamos solo al jugador talibán: era insoportable jugar así, casi en silencio.
Eso es todo cuanto tengo para decirte acerca de las leyes, hijo mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario