Tracemos una línea, establezcamos los límites, marquemos el campo
de juego, especifiquemos las reglas.
De acá para acá,
mi casa; esa es tu casa; no vale perrito guardián, no vale salir del
patio, no vale apuñalar al otro, tenés que decir tu nombre y tocar
la piedra para salvarte, no vale arrastrar a otros, todos somos
iguales, si no nos divertimos paramos.
Es así. Un límite.
Más allá es el caos. Es el infierno. Son los chats de pedófilos,
los videos snuff(1), los Hannibal reales que acechan. No, quedate acá,
no vayas para allá. Allá no tiene retorno. Quedate acá, no cruces
la línea.
Y no me importa si
tu pañuelo está verde de moco o si el celeste es crema del cielo.
No me importa si estás o no a favor de la interrupción del
embarazo. Hay límites que no se cruzan. Y hoy lo cruzaron y
habilitaron el horror. Pensalo. Habilitaron el horror.
Empezar a trabajar
en la escuela de villa me partió la cabeza, el cuerpo. Me desmoronó
la estantería. Tuve que enfrentarme a muchas cosas que conocía (?) de
oídas. Y a otras que ni en mis fantasías más delirantes hubiera
imaginado.
-Seño, vine porque
le puso una nota a X en el cuaderno.
-Sí, es que no está
trayendo la compu a la escuela y se necesita para trabajar.
-Sí, seño, lo sé,
pero estamos viviendo en la calle y…
Ya no escuché más.
No sé qué me dijo. No escuché más. Esa nena bonita, aplicada,
hacía dos meses que estaba viviendo en la calle…
Pero no todos eran
como esa nena aplicada y bonita. Estaba Mariela, por ejemplo. Uno de
los tantos ejemplos.
Mariela olía fuerte. No tanto como su mamá. Cuando la madre entraba a la secretaría, todo el mundo migraba al otro lado de la escuela. Su hermano también olía fuerte y lo padecía: cuando escribía cuentos decía que se había bañado. Ese era su cuento, decir que se había bañado.
Mariela olía fuerte. No tanto como su mamá. Cuando la madre entraba a la secretaría, todo el mundo migraba al otro lado de la escuela. Su hermano también olía fuerte y lo padecía: cuando escribía cuentos decía que se había bañado. Ese era su cuento, decir que se había bañado.
Mariela y su familia
no tenían agua, vivían mugrientos. Sabías cuándo Mariela
menstruaba porque la olías de lejos. O veías las manchas. Claro, no
hay toallitas o tampones cuando no tenés agua, ¿no?
Mariela venía todos
los recreos a la sala de computación y se quedaba viendo videos en
youtube. Actividad más que sospechosa ya que no teníamos parlantes
en las computadoras, solo en la de la docente (yo). Nunca me pidió usar mi
computadora, siempre se contentaba con alguna de las otras. Y yo la dejaba,
estaba mejor ahí que entre los compañeros que, siendo tan pobres como
ella como no vivían en la miseria y la mugre, la molestaban todo el
tiempo. Yo aprovechaba para arrancarle alguna palabra, le mostraba
videos de peinados, trenzas, cosas… Pero no lograba llegar a ella.
Meses después, un
día se acerca y me dice:
-¿Sabés lo que
vengo a ver todos los días?
Así, de frente y sin anestesia, me prometía revelar el secreto.
Y me mostró.
Montones de videos de un religioso dando homilías/sermones. Lindo
guacho, hay que decirlo. En ese recreo
postcomedor me habló de cómo algunos domingos viajaban hasta el
centro (no es común que los pibes salgan de la villa, pero parece
que ella viajaba hasta el Microcentro) y caminaba hasta la iglesia para
la ceremonia. Y él la conocía por el nombre, la entendía, la
escuchaba.
Vibraba de amor
adolescente. Adolescente marginada, sin voz, sin lugar. Adolescente
que brillaba porque él, morochazo lindo, la conocía por su nombre y
la escuchaba.
Todas las alarmas se encendieron. En colores,
tipo arbolito de navidad, con sirenas de sonido envolvente cono Cinemark continuado…
La escuché. La
escuché un rato largo. La abracé.
-Qué lindo. Estás
enamorada.
-¿Sí?
-Vos sabés que sí.
Pero, ¿por qué no buscás uno de los pibes del grado (le nombré
dos o tres)? No está bueno enamorarse de un tipo de 35. Sé que es
fácil. Un hombre bueno. Un hombre de Dios. Que nos escucha, que nos
ampara en nombre del Señor… Pero no está bien. Él tiene 35. Vos
tenés más de 20 años menos.
Ahí comenzó la
lucha. Yo sentía en el aire su resistencia, su terror a que le
quitara ese amor, esa esperanza, ese calor. El cobijo ansiado de
brazos que ¿te apartan de todo mal?
-Mariela, es ilegal.
Él es un hombre de Dios, puede ir a la cárcel por enamorarse de
vos. La ley es así. Tratá de apartarte...
La nena se había
abierto a mí y yo le dije estas cosas y otras mientras la abrazaba
mirando sus ojos brillantes, sus cachetes vibrando. Y sabiendo qué
podía pasar.
Mariela no se enojó
conmigo, pero espació sus visitas. Vinieron las vacaciones de
invierno, luego, unos meses después, me entero, por comentarios, que
Mariela no comía en el comedor con todos los compañeros. Que no
había modo de hacerla comer. Que no quería comer.
Hablé con ella,
tratando de sonsacarle qué le pasaba. No soltó prenda. No tenía
hambre, dijo. Raro en alguien que, como ella, vivía en esa
situación: el hambre es lo cotidiano.
Mariela estaba “más
gorda”… Terminó de cursar su séptimo grado y no supe más de
ella. Pero editoriales como la de hoy me la recuerdan seguido. Porque
esta editorial hablaba de Marielas que se aferran a cualquier esbozo
de lo que creen que es amor, cariño, cuidado. Por eso “no se lo
van a sacar”, porque es lo que tienen. Es lo único que tienen.
Hay que ser un
pedófilo despreciable para hablarme de que la historia de Mariela es
una bendición porque tuvo un hijo producto del ¿amor? ¿violación?
¿estupro? ¿pedofilia?…
No pasemos el
límite. No permitamos que existan Marielas aludiendo bendiciones que
no son, amores que no son, ilusiones que son engaños, violencia y
delito. Respetemos a las Marielas, aunque huelan mal, aunque tengan
la entrepierna manchada y las uñas negras.
(1) si no sabés lo que son, quedate en la ignorancia. Yo sé lo que te digo.
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