Cuando llegué a la adolescencia se sumó el problema de poder conversar con las chicas. Mi viejo, gran conversador, me decía "aprendé a conversar con las mujeres, hacete amigo de ellas". Mi hermano mayor, gran mujeriego, me decía "hablales de cosas serias, de tu vida, el trabajo... se vuelven locas".
Yo no me entendía ni con mi compañero de banco, así que todo eso era para mí como viajar al espacio.
Crecí con la idea de que tenía un problema de timidez, cuando mi problema era que no estaba en las cosas que está la mayoría. Me dí cuenta cuando ví que por extraño que parezca, siempre hay gente que se interesa en las mismas rarezas que uno.
El tiempo ayuda a encontrar esas personas. Y entonces, la conversación no se termina nunca.
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