En la Ciudad de Buenos Aires esto se llama un óbito en domicilio, y de oficio, o sea por defecto, tiene que intervenir un juez. Porque si no interviene un juez, matan a los viejos y dicen "llegué y lo encontré así".
O matan a la esposa y le dicen al comisario "sacame la policía de encima". Las funerarias siempre conocen un médico que firma el certificado de defunción.
Pero pero pero pero... Sin peros: no hay otra forma.
Todo eso se ahorra si se está en una sala de hospital, con la correspondiente Historia Clínica donde queda asentado cómo, por qué y a qué hora se termina la cosa.
Pero para la gente exquisita, morir en un sanatorio es artificial, frío e impersonal.
Y qué, entonces?
Hoy había una marcha de médicos. En el día del médico. Esos que te atienden en el hospital para que no te mueras en el hospital. Y este médico va y se muere ahí, marchando. En un lugar lleno de gente. De personas que seguro lo conocían, y otros que sin conocerlo igual sabían quién era.
Y yo estoy seguro de que si una persona se muere así, sabiendo quién es, donde todos tienen un lugar, pero siempre están queriendo ir a otro lado, esa persona nunca termina de ser, se queda un poco en el medio de la vida de todos los demás.
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