Las chicas entran al salón. Son altas, flacas, lindas. Sonríen con esfuerzo. Frente a ellas, el juradouna modelo, un diseñador buen mozo, un personaje que no se sabe bien qué hace pero aporta su toque queer. Van llamando a las chicas, una por una. La primera es la ganadora de la semana. De las dos últimas, una será eliminada. Algunas lloran cuando se salvan; la que pierde llora más.
Más tarde se construirá la épica, la historia del ganador en ascenso. Pero el entretenimiento inmediato es el del descarte, el de las personas rechazadas.
No puedo ver mucho de los reality shows; me dan vergüenza. Ajena al principio, frente a los concursantes que se exponen al escarnio, frente a los jueces que maltratan para las cámaras. Vergüenza propia después, cuando descubro en mí la fascinación frente a la desventura.
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