Foto por JH FIN via photopin cc |
No es noticia: tras haber inventado la privacidad allá lejos junto con la agricultura y las aldeas, la estamos perdiendo.
Pero la perdemos de tres maneras: nos la quitan, la vendemos, y la dejamos de lado.
Nos la quitan los gobiernos, las "fuerzas del orden" en aras de protegernos. Un pago pequeño a cambio de la tan mentada "seguridad", que diría Don Corleone. La letra chica: estás aceptando considerar que todos somos considerados delincuentes en potencia; y que no te avisen dónde, cuándo y cómo se te vigila. No importa, porque no tenés nada que ocultar, ¿no? ¿NO? Ah.
La vendemos con una tilde, esa que está al lado del texto "acepto los términos y condiciones". Han descubierto que nuestra vida, que a pocos importa, es redituable si se junta a muchas otras. Vendemos nuestra privacidad a cambio de servicios a medida y también a cambio de que nos vendan otras cosas.
Suena deprimente, pero tiene su contrapartida: dejamos de lado la privacidad voluntariamente, a cambio de compartirnos.
Redes sociales mediante, nos volvemos personas públicas. Exponemos, cada uno en la medida que quiere, lo que opinamos, lo que nos gusta, o lo que hacemos. Puede que no siempre seamos sinceros; puede que nos reprimamos. Sin embargo, con cada cosa que escribimos nos vemos obligados a reflexionar qué estamos mostrando de nosotros, si queremos ser eso que mostramos, y cómo afectará a los que reciban el mensaje. Con excepción de un par de tirabombas compulsivos, estoy convencido de que este proceso, repetido día a día, nos vuelve mejores personas.
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