domingo, 28 de junio de 2020

Hacer la pregunta

Está claro que las verdades no existen hasta que alguien las dice. Y podemos arriesgar una arbitrariedad: toda verdad es una respuesta a una pregunta. La religión presume de verdades reveladas por un dios impertinente. También la fantasía histérica imagina un padre perverso que viene a poner en juego una demanda sexual que nadie pidió.
Pero ni la mitología social ni la individual nos tienen que distraer: si hay un texto que diga algo significativo, algo más que un dato irrelevante, si es una verdad, es porque hay lugar a la pregunta.
En el caso hipotético de que alguien se hizo preguntas y fué lo suficientemente caradura como para anunciarle sus respuestas al otro, es obvio que, ya sea que supone al oyente sus propias preguntas, o que busque incomodar activamente, la información no solicitada se convierte en verdadera si hace que el oyente se pregunte a qué pregunta responde lo que acaba de oír.
No es raro: quedan tantas preguntas acumuladas a medida que uno crece, tantos baches en nuestro conocimiento, que siempre estamos en posición de asumir que nos vean ignorantes y nos eduquen (bueno, los años de escuela refuerzan esta autopercepción). 
Acá se ve que la mejor manera de que una persona se sienta insegura, es darle información que nunca pidió, para que se sienta ignorante.
Y la forma apropiada de subvertir estas relaciones es adelantar las preguntas.
Otras verdades pueden aparecer.

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