jueves, 12 de febrero de 2015

Día de salir del aujero interior

Inside a Dovecote
Inside a Dovecote via photopin (license)

 Las vastas cantidades de cosas que llamamos "yo" dan lugar, colectivamente, en un momento en particular, a cierta acción externa, como una piedra lanzada en una estanque da lugar a una serie de ondas que se expanden. Pronto, las miríadas de consecuencias de nuestra acción comienzan a volvernos, como las primeras ondan vuelven tras rebotar en las orillas del estanque. Lo que recibimos de vuelta nos permite percibir lo que ha generado nuesto "yo" en gradual metamorfosis. Millones de pequeñas señales reflejadas caen sobre nosotros desde el exterior [...] y cuando llegan disparan en nuestro cerebro olas internas de señales secundarias y terciarias. [...]

Así el "yo" actual —el conjunto más actualizado de recuerdos y aspiraciones y pasiones y confusiones— al meterse con el mundo vasto e impredecible de objetos y otras personas, enciende la chispa de una retroalimentación rápida que, una vez absorbida en forma de activaciones de simbolos, da lugar a un "yo" infinitésimamente modificado; y así sigue vuelta tras vuelta, momento tras momento, día tras día, año tras año.

Douglas Hofstadter - Yo soy un extraño bucle

Ella —hasta ahora, siempre ha sido una ella— toca el timbre de casa o se acerca con un folleto en mano y me pregunta si conozco la palabra del Señor o algo similar.
      —Te agradezco, pero soy ateo —respondo.
      En teoría, mi respuesta debería ser equivalente a decir "Te agradezco, pero soy abstemio" a un barman, o "Te agradezco, pero soy celíaco" a un panadero. En la práctica, no es así: los ojos se le encienden y pregunta "¿Por qué?", lista para la batalla.
       Ahora la situación se pone incómoda, y tengo que elegir entre cortar la conversación o dedicar mi tiempo a discutir mi ateísmo con una extraña. Y una vez más, me pregunto por qué hago esto, por qué respondo así.
     No me arrepiento de nada, que conste: si alguien se me acerca a hablarme de religión entonces, por Zoroastro, que se aguante hablar de religión. Pero tampoco es que soy un militante del ateísmo: si alguien me dice "Dios te bendiga", le agradezco; si me invitan a un casamiento religioso, voy para acompañar a quien me invita en un momento importante. Se trata de no ser un pelmazo, digo yo.
       Entonces, ¿por qué? ¿Por qué no contestar que estoy muy ocupado o que soy de otra religión, para que cada uno siga rápidamente con su vida? ¿Por qué no callar?
       Cada uno tiene creencias, saberes, gustos, opiniones, preferencias políticas que, inevitablemente, chocan con las de otros. Algunos viven de ir al choque; otros hacen de alguna de esas cosas una causa. La mayoría para vivir más tranquilos, callamos esto o aquello. Entonces, de nuevo: si vivimos más tranquilos, ¿por qué molestarse?
       Porque si nuestro yo no tira piedras al estanque, si no generamos ondas y ecos que realimenten nuestra experiencia, no crecemos. Entonces una parte del yo se marchita o, peor aún, se endurece, se vuelve inmune al cambio. Sea lo que sea que uno se calle, alguna vez, a alguien, hay que decirlo. Hay armarios de los que es más fácil salir que de otros, claro. Pero igual, aunque sea un rato, vale la pena abrir la puerta.

      Y si esto no convence a la pregunta de por qué no callar, responder con la inmortal respuesta de Mystique en X-Men 2: "Porque no deberíamos tener que hacerlo."*


43 palabras de yapa


      —¿Hola?
      Viento.
      —¿Hola?
      Cortan.

       Afuera, los últimos autos pasan, volviendo a sus casas.

       —¿Hola?
       Silencio. Alguien respira.
       —¿Sol?
       —Migue...
       —Sol, ¿dónde estás?
       —Estoy bien. Quería decirte que estoy bien.
       —¿Dónde?
       —¿Puede ser que no te lo diga? No importa. Perdón por irme así.



*Confieso: todo esto fue para darme el gusto de calificar como "inmortal" una cita de los X-Men

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