domingo, 2 de febrero de 2020

Inspeccionar el propio cuerpo

Para muchos ya es un ritual instalado, pero así como hay muchos que ni se casualidad se fijan en algo que no sea la cara, el pelo y la bragueta antes de salir a la calle, también el mismo ritual tanto atiende como deja de lado áreas enteras del cuerpo.
Es más frecuente que nos revisemos cuando notamos algo, llevados por la preocupación, o la picazón. Y muchas veces con un espíritu inquisidor, buscando el defecto, contabilizando arañitas, arrugas (sí: los varones heteronormachos también, tss).
Pongamos un poco de cariño, que es domingo y la tarde se hace eterna. Mientras no se nos ocurre qué hacer de cenar, mientras evitamos pensar en los incendios que nos esperan mañana, como contrapeso de la embolante oferta de series, documentales y noticias domingueras, no hay nada como tomarse el tiempo de revisar cada centímetro de la piel tomando nota del estado actual. Nada de hacer valoraciones, simplemente registrar novedades, cambios, o ausencia de los mismos.
El conocimiento es una forma de amor, y el propio cuerpo, en su cara externa, es un prójimo más que digno de nuestro amor.

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