jueves, 30 de enero de 2020

Dejar para después

Casi termina enero, desde que empezó el año cada día es un desafío.
Es obvio que nos merecemos un día de vicio y decadencia moderada.
Según una tesis nunca escrita, cada síntoma humano es una respuesta adecuada en algún contexto (donde "adecuada" no implica que conduzca al éxito individual, manga de occidentales egocéntricos).
Luego (sic), la nunca bien ponderada procastinación debe servir de algo. Puede que más tarde lo lamentemos, pero si no se pudiera dejar para después la cosas la vida sería irrespirable.
Pero más aún: casi todos nuestros vínculos más importantes exigen que cada tanto posterguemos cosas para atender necesidades ajenas. Postergar es altruista.
La mayor objeción consiste en señalar que la postergación como síntoma se dirige precisamente a aquellas cosas que más deseamos. Según esto, nos priva de nuestra mayor felicidad, si se supone que la felicidad radica en alcanzar aquello que se desea.
Es una suposición sumamente ingenua, desde que la felicidad se alcanza por otro camino. Y en ese camino, es esencial que se interponga el dejar para después.
La explicación tendrá que esperar.

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