jueves, 28 de mayo de 2015

Día de pensar en nada

blister in the sun
blister in the sun by Martin Fisch, on Flickr
Ingrávidos y gentiles.

114 + 115 + 116 + 117 + 118 + 119 + 120 palabras de yapa (demasiadas, no las leas)

—¿Y en qué consistiría pasar de casado a soltero?
—En que dejás de llorar por la leche derramada y empezas a querer derramarla.
—¡Juan!
—Es de salón Ani.
—Sos un animal.
—Pero domesticado por vos, mi cielo. En serio, Migue, tenés que disfrutarla.
—No sé qué te imaginás, Juancho. Todo lo que hacía de casado, lo sigo haciendo igual, y no tengo tiempo de hacer nada nuevo. Es gracioso, cuando Sol se fue pensé que se me venía el mundo abajo, pero resulta que se quedó ahí. El que se fue abajo fui yo.
—¿Sabés algo de Solange?
—Nada.
—Qué raro.
—¿Por qué?
—No sé, es raro que alguien desaparezca así de golpe, ¿no?
—Me llamó al menos.
—Psé. Volviendo: la bestia de mi marido tiene razón. Algo de tiempo libre tenés que tener. Aprovechá para hacer algo nuevo.
—Estoy en eso: leo "El alquimista".
—¿Coelho, vos? estás hecho mierda, pibe.
—No me lo compré, me lo regaló Silvana.
—No me jodas, ¿Silvana?
—Epa, ¿quién es Silvana?
—Es la profesora de gimnasia de las chicas.
—¿Está buena?
—¡Siempre el mismo baboso, vos!
—Se trata de un amigo, es información vital.
—Tiene veintidós años.
—¿Y qué mierda tiene que ver? ¿Está buena o no?
—Claro que está buena.
—No sé por qué "claro". En mi escuela, la profesora de gimnasia era un chabón.
—Silvana está buena. Pero tiene veintidos.
—Mayor de edad, consentimiento mutuo, su ruta.
—¿Juan, qué puedo tener en común con una de veintidos?
—En común nada. Viva la diferencia y todo eso.
—Ani ya sabe lo que opino. En el colegio, nada. No quiero quilombos.
—Veo que aceptás que la Silvana te está echando los galgos.
—Oh sí que se los tira.
—¿Vos de que lado estás, querida?
—Del lado que te haga bien.
—Es unánime: garchate a Silvana. O a cualquier otra. Pero garchá.
—Dale, cuando se de, te grabo el video.
—Migue, la bestia tiene algo de razón. Tenés que conocer chicas. Bíblicamente o no.
—Yo, por conocer, encantado. Pero decime dónde, porque en el trabajo, no.
—Y... salí, andá a bailar.
—¿Bailar? No, gracias.
—¿Por qué no?
—Siempre lo odié: dar vueltas a la pista, encarar al pedo, hacerme el simpático a los gritos.
—Pero vos sos simpático.
—Ahora es simpático. En ese entonces era un pejerto insufrible. Yo también, ojo, pero disimulaba.
—Lo que importa es que desde tercer año que me puse de novio, no volví a bailar. No voy a empezar ahora.
—Miguel, querido, dejame que te diga algo. Antes eras un pejerto, y ahora sos un nabo. Las minas se la pasan diciendo que no hay hombres y es cierto, no hay. Tenemos no se cuántas amigas solteras. Además, no sé cómo pero te mantenés en forma. A esta edad la mayoría estamos con una panza de birra que no se va ni con tres meses en Biafra. Si durás más de tres minutos en la pista, es que es un boliche de trolas.
—¿Y si te acompañamos?
—A no, amor, no nos metas en esto. Yo me casé para no ir a bailar nunca más.
—Ani, no insistas. El levante no es lo mío. Soy el peor para iniciar una conversación.
—Es fácil: vas a la mina y le decís "Hola, soy un infeliz sin autoestima que lee a Paulo Cohelo" y te la ganás por lástima.
—En todo caso no digas las tonterías comunes de si venís mucho por aquí o el tiempo o que lindos ojos que tenés.
—¿Y si tiene ojos lindos?
—Está harta de que se lo digan. Vos vas y decís cualquier cosa y dejás que ella se encargue, si está interesada.
—-Entónces: no digo las tonterías comunes, pero digo cualquier cosa.
—Te la hacés demasiado complicada, hermano.
—Vos en cambio siempre salías acompañado.
—Y, viste como es uno.
—¿Y cómo hacías?
—Me leí dos libros de García Marquez y uno de Milan Kundera
—¿Y?
—Nada. Hablabamos huevadas, me preguntaban que hacía, y yo contestaba que trabajaba en un taller mecánico.
—Ajá.
—Entonces la piba me imagina sudoroso y aceitado.
—Y se iba.
—Callate, bruja. Total, que no les decía que llevaba las cuentas de mi viejo. Después, con cualquier excusa, me hacía el culto. Total, mucho no vas a decir en un boliche, con la música al mango. Pero la contradicción de las dos cosas las intrigaba y plin caja.
—Me jodés.
—La purísima verdad.
—¿A vos te hizo eso?
—Él se cree eso. La verdad es que yo lo levanté a él. Y le enseñé a leer, de paso. Miguel, no te hagas la cabeza. No hay ninguna técnica ni secreto. Son ustedes los hombres los que se complican.
—Me van a insistir con esto hasta que afloje, ¿verdad?
—Pero claro, para qué están los amigos.
—¿No puede ser otra cosa que ir a bailar?
—Si se te ocurre, cambiamos el plan.
—Está bien. Pero después no rompan si no pasa nada.

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