viernes, 13 de noviembre de 2020

Intercambiar chucherías

"Oro por baratijas... qué abuso, qué trueque tan desigual... Don Rodrigo guardó en un enorme cofre lo que había obtenido: montañas de baratijas"
Estas son cosas que se recuerdan de memoria tal vez porque en su tiempo se recitaban una y otra vez, incluso al mismo tiempo que se reproducían en el tocadisco o el grabador. La recitación es la forma más antigua de memoria ¿o lo será el dibujo? En fin, está visto que se recuerda lo que se reproduce, fundamentalmente. La idea moderna de la memoria como un registro de información se basa en la escritura, que es algo relativamente novedoso y hasta minoritario hasta ayer.
Pero estoy haciendo lo mismo que hacen los creyentes cuando quieren explicar el universo diciendo que lo creó dios: pateando la pregunta al córner.
El motivo de que sea tan memorable el chiste, no está en la inversión de roles, eso es apenas un efecto de comicidad revanchista. El chiste apunta, como bien deberían saber, a la verdad.
Hace tantos siglos que usamos el intercambio para acumular riquezas que perdimos de vista que eso de cambiar cosas es una institución fundamental y fundante de la cultura. 
Uno de los padres de la antropología, Bronislav Malinowsky, consagró su metodología con un estudio sobre un ritual que sostenía un circuito de intercambios que abarcaba todo un archipiélago en el sur del Pacífico. El tipo demuestra como dos y dos son cuatro que esta gente tenía toda su vida ordenada a base de cambiar pulseritas por collares de conchas. Y que ese orden es tanto mágico, económico y simbólico, sexual, arquitectónico y gastronómico.
Otro gran chistoso, Jonathan Swift, también aporta su granito de arena describiendo una sociedad de filósofos que renuncian a usar palabras y para poder conversar llevan a la espalda enormes mochilas cargadas de chucherías que intercambian en lugar de decirse cosas.
Hablando de filósofos, Heidegger empieza la discusión sobre la identidad afirmando que A = A. A = A! Cómo llega a decir algo partiendo de semejante nulidad es un verdadero homenaje a la función poética (el alemán es una lengua muy poética, aunque a nosotros todo nos suene a subenempujenestrujenbajen).
El intercambio hace que A = B, demostrando que el ser será lo que deba ser, pero para que a nosotros nos importe, primero tiene que ser otra cosa.

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