sábado, 27 de junio de 2020

Apestar

El sentido del olfato está directamente relacionado con la comida. Además de estar ubicado en lo que es una diferenciación de la boca primigenia de entrada (los animales venimos de una forma original en forma de tubo o toroide oblongo), el olfato nos atrae a la comida tanto como nos aleja del veneno.
Por esto tenemos un sentido del asco.
Aprovecho para recordar una teória peregrina de Freud, sobre la que volvió más de una vez, como esos chistes que se cuentan con la esperanza de que alguna vez causen gracia, pero son malos, nomás. Seguramente bajo la influencia del otorrino Fliess, primer amigo y confidente convencido de una conexión nerviosa entre la pituitaria y los genitales (otra en Jean-Baptiste Grenuille), Freud creía que la inhibición sexual estaba relacionada en los humanos con la bipedestación. Supuso que con la postura erguida, los órganos genitales quedaron expuestos a la vista, pero sobre todo al olfato, provocando una respuesta de repugnancia. Tengamos en cuenta que la gente de fines del sXIX no sería mu de lavarse allá abajo.
Pero desde el punto de vista olfatorio, ya sabemos que el sexo tiene esa condición ambivalente, donde hay cosas que son desagradables normalmente, y se vuelven atractivas cuando uno se excita.
Pero volviendo a lo comestible, me sorprende la cantidad de cosas apestosas que hemos ido incorporando a la dieta a lo largo de la historia. Casi todas tempranamente.
Ya las aceitunas, que son una conserva legendaria, tienen su propia épica y todo, en estado natural son una baya amarga, intragable. Una cosa es que nos lleguemos a comer cosas así por necesidad, pero que lleguen a tener estatus de comodity, hace pensar.
Y la cantidad de cosas que ingerimos que son directamente producto de la descomposición.
Con esto también dimos vuelta todo: para que las cosas no se descompongan, las sometemos a procesos apestosos. Hervimos los repollitos con vinagre, peste sobre peste, pero qué delicia.
Comer algo apestoso puede haber sido en un principio un acto de necesidad, pero luego se ve cómo no educamos para superar la repulsión, crendo nuevas formas de placer.
Acaso de esto se trata la historia, de inventar placeres.

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