sábado, 20 de junio de 2020

Robots

Todo se hace a máquina, las máquinas están remplazando a los humanos. Nos estamos robotizando, nos estamos deshumanizando. 
Adquiriamos la manía de pelearnos contra nuestras criaturas más preciosas, las máquinas. Estamos desarrollando una aversión a lo sistemático, lo repetitivo, los ciclos ¡las cosas que nos sacaron de la hambruna, que nos hicieron pasar la era glacial, que son los cimientos de la civilización!
Somos el escorpión de la fábula.
Encima, no sólo abominamos de la rutina, como si fuera enemiga del placer, sino que le achacamos a las máquinas la propiedad de ser repetitivas.
Es raro: las primeras máquinas no se basaban en la repetición, sino en el control, que permitía disponer de fuerzas mayores.
Son las máquinas de la revolución industrial las que empiezan con esto de repetir. Lograron un soporte material para algo que sólo hacía la mente: repetir.
Y las máquinas de ahora hacen mucho más, la automatización implica respuestas variadas y complejas a diferentes situaciones.
Lo que les es propio a las máquinas no es el soporte material, que nosotros tenemos, y para cuya complejidad se puede hacer una escala de grados sin solución de continuidad. Tampoco es la previsibilidad: es perfectamente posible hacer una máquina que dé respuestas aleatorias.
Lo que hace máquinas a las máquinas es que para ellas, "a" es "a". Funcionan a base del principio de identidad, porque se basan en la escritura.
No olvidemos que la escritura no es el lenguaje, aunque a quienes pasan la mayor parte del tiempo leyendo y escribiendo lleguen a parecerles sinónimos.
No olvidemos tampoco que si inventamos la escritura, fué precisamente para extender nuestra humanidad. Los robots nos aumentan. Claro que les delegamos algo que no queremos.
No queremos la identidad, no queremos que el perro sea perro y nada más

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