miércoles, 24 de junio de 2020

Jugar con autitos

Jugar con autitos es, por supuesto, chocarlos. Más allá de un pasajero e inmaduro interés por las carreras de autitos rellenos con plastilina, a fricción, eléctricos y a control remoto, todo niño sabio reserva su iniciativa para inventar rampas, fosos, muros de bloques, formaciones de soldaditos que embestir con sus mejores autitos.
No es casualidad que los preferidos de los profesores de física sean los problemas de encuentro: está científicamente demostrado que el mayor interés del niño es ver chocar cosas.
En la cultura psi no está reconocida esta tendencia en sí misma: se la asimila al sadismo, la la pulsión de contacto. No se dan cuenta de que es algo diferente, algo que tiene un lugar  y una historia propia, que a lo sumo aporta fuerza a otras tendencias que le ofrecen satisfacciones sustitutivas.
Hay como para preguntarse qué es lo que de uno se representa en esos autitos. No puede ser algo primordial o genético, ya que no se podría haber manifestado hasta la invención de estos juguetes.
Tal vez el juego de la bolita sea un precedente, pero en contra de esta intuición se eleva la evidencia de que la bolita siempre se halla como juego reglado, una adquisición posterior.
Debe ser una deformación, una especie de callo del psiquismo inducido por el contacto temprano con la tecnología.
Es esto o suponer como Björk que las cosas modernas han existido desde siempre, esperando en una montaña.


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