sábado, 6 de junio de 2020

Contar el final cambiado

Qué cuentos horribles les contaban a los chicos en otros tiempos. No hace falta remontarse a los hermanos Grimm, ya los cuentos de Andersen son un horror, y no hablemos de Mi Planta de Naranja Lima.
Por mi parte, me enteré más tarde de estas cosas, porque en las versiones que escuché, el soldadito vivía para siempre junto a su bailarina, firme sobre su única pata de plomo, el príncipe salvaba a su pueblo del hambre y la gente agradecida pintaba la estatua de dorado. Todo así, porque mi vieja inventaba por su cuenta mientras leía.
Cuando pude leer por mi cuenta, tuve la suerte de interesarme por otros materiales: Mark Twain y Emilio Salgari siempre consiguen que las cosas terminen bien. Así es que sólo después de un par de décadas conocí las versiones originales de aquellos cuentos.
Soy el primero en admitir que el romanticismo tiene una relación íntima e indisoluble con la muerte, y que su sentido se pierde si la evita (incluso Disney respeta este principio, aunque sus finales sean felices: sólo ponen la muerte como origen de la historia). Pero al final, si las historias cambiadas nos gustan más, eso cuenta como mejora, y si esto termina con el romanticismo... como todo, alguna vez tenía que terminar.

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