miércoles, 8 de abril de 2020

Agachar la cabeza

Siempre que me hablan de lenguaje corporal me repliego en mi escepticismo. La verdad es que no creo ni una palabra de toda esa empiria acumulativa, porque, sin dudas, el lenguaje corporal es mi punto débil.
Por más que me repita que los miopes siempre andamos encorvados, la verdad tiememucho más ver con la atracción que me genera el piso al caminar, y mi propio cuerpo y mis manos mientras divago.
En la escuela nos marcaban mucho el tema de la postura, era mil novecientos ochenta, y la pedagogía moderna convivía con las bajadas de línea dle gobirno militar. Se formaba tomando distancia, hacindo derecha dré, firmes y de frente march. El pelo corto: no debía hacer colchoncito ni tapar la nuca (teníamos un compañero al que por excepción dejaban llevar el pelo crecido: un accidente con aceite le había dejado manchones lampiños en el cuero cabelludo).
La salida era un momento apoteósico, se suponía que marcábamos el paso con esos zapatos escolares de taco de goma, y el director, el Profesor Juan Carlos Gaudio, nos iba dando las órdenes y nos alentaba a marchar "bien derechitos, con la cabeza en alto". Gaudio era tenebroso, recorría los recreos con un libro negro donde apuntaba los castigados, pero de ahí a que los chicos se tomaran tan a pecho eso de levantar la cabeza hasta caminar directamente con la pera hacia arriba... qué ridiculez.
Desde ahí nunca pude pararme derecho aunque quisiera, siempre tengo que agachar la cabeza.

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