domingo, 5 de abril de 2020

Exabruptos

Estamos solos? No! Estamos rodeados. Vemos esos videos filmados con drones volando por lugares icónicos, ahora desiertos, libres de presencia humana, y nos volvemos a nuestras propias ventanas con envidia: por la esquina dobla una vieja con changuito interumpiendo la epifanía, en aquel semáforo para un fletero desacralizando la paz del domingo, en el balcón de enfrente el señor de musculosa manda la mística al rincón.
Ahora, somos necios: damos la espalda al mundo real sólo para zambullirnos en la cháchara de las redes. Ahí sí que es nadar o hundirse. Pero el ir y venir frenético de sentidos personalísimos y comunes no nos tiene que preocupar, lo verdaderamente mortífero son las corrientes profundas y pregnantes de consensos morales.
De repente todos sabemos qué hacer, y por más que estemos en un oasis de impotencia, no hay circunstancia histórica más nefasta que un montón de gente segura de estar de acuerdo respecto a qué hay que hacer.
Acá es donde veo con alegría que un recurso muy común de la gente psicópata nos va a salvar la vida.
Una forma muy simple de disentir y salirse con la suya, sin tener que abrir debates bizantinos, ni arrastrarse inútilmente sobre posiciones transaccionales, es el exabrupto. Es una forma de violencia simbólica, que se refugia en el supuesto de que las pasiones te vuelven inimputable.
Todo el mundo queda amoscado, pero en realidad nadie puede contestar un exabrupto sin descolocarse más, sólo pueden esperar en silencio que pase el mal trago.
Si uno insiste, al final la gente te evita, y así se gana la ansiada libertad.
Como el oso ¿Alguien vió un oso con buenos modales?

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