domingo, 18 de octubre de 2020

Desesperar

Nada de revisionismo autoayudista de la esperanza: a desesperar con los pelos al viento, corriendo a la deriva y gritando incoherencias.
A perder la calma y el sentido común.
A transpirar frío y tener palpitaciones, tomar de la botella y limpiarse con la manga.
Hoy es lícito golpear la mesa, las paredes, llamar a las ex y acordarse de las deudas. 
Ni que hablar de saqueos y autos incendiados en la madrugada.
Pero no tanto como se imaginan: para la mayoría la desesperación es miedo paralizante, no furia, ni mucho menos inimputabilidad.
Abandonados por los poderes terrenales y por el destino ¿qué pueden sentir que no sea culpa?
Hasta la culpa dura poco: es evidente para todos que no hay penitencia que valga.
Los actos de vandalismo se deben a los más duros y obstinados creyentes. Quedan pocos pero hacen mucho ruido, por contraste.
La esperanza no es un concepto a deconstruir, es un pilar del mundo cotidiano que sólo se puede derrumbar como las columnas del templo, aplastando a Sansón por gil. 

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