domingo, 4 de octubre de 2020

Dorar la píldora

En la salud mental, la llegada de los psicofármacos significó una revolución. Los que hoy en día sostienen prejuicios contra las "pastillas", a veces debidos a malas experiencias propias o cercanas, a veces por cuestiones de pertenencia ideológica, o simplemente por identificación con ideas ajenas, no recuerdan que hace cincuenta años, el problema no era la medicación, sino el encierro.
Eso era control y poder ejercido de manera absoluta. Seres humanos sometidos al capricho de sus cuidadores sin más apelación que el dinero y la buena voluntad de sus familiares.
Al lado de aquello, que algunos pretendan que la medicación se usa para "dopar" a los pacientes, implicando que se pretenda anularlos, sujetarlos, limitarlos... bueno, es un poco ridículo: todos los proyectos de desmanicomialización sólo son posibles a partir de que existen medicamentos.
Estamos todos mil por ciento a favor de considerar cuidadosamente la relación costo-beneficio para el paciente, desde que todo fármaco tiene algún efecto secundario, y también a favor de que los pacientes participen en la decisión, bien informados y orientados.
Justamente lo que es nocivo es creer que una misma política es aplicable a todos, o "medicar" o "no medicar". Ya al plantearlo así se advierte la estupidez.
En un mundo perfecto, en lugar de salir a meter cuchara por reflejo a favor o en contra, nuestra respuesta sería siempre "depende".

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