miércoles, 28 de octubre de 2020

Enamorarse de una caricatura

De una ficción literaria cualquiera se enamora, y ni que hablar de un personaje del cine o la tele. Con la literatura tenemos la ventaja de la imaginación que llena los huecos que deja la descripción, y los autores son los más interesados en dejarnos las pistas necesarias para que idealicemos. Así es como después todo el mundo quiere ser pirata y rescatar a la hija del Corsario Negro. 
La pantalla ataca por el lado opuesto: satura la retina y el oído para que se nos disparen las hormonas. Rulos, abdominales, caderas y pestañas a granel hacen de cualquier corazón un esclavo.
Todo esto nos decimos en realidad para justificarnos el vicio de engolosinarnos y recrearnos con hombres y mujeres inventados.
Algunas personas van más lejos, son personas que entendieron que lo mejor de enamorarse es nunca llegar a nada, y no tienen problema en ponerse como ideal romántico figuras animadas surgidas de las historietas. Ni siquiera hace falta que sean figuras humanas, todo vale mientras el personaje tenga suficiente carisma.
A mucha gente le resultan raros, los tachan de inmaduros, los convierten en chiste.
Separar el amor en una forma de amor noble y en otra vulgar es estúpido desde Platón en adelante, así que mejor es reconocer que al final todos tenemos algo de Pigmalión, y que ni siquiera hace falta que Galatea se parezca a Venus.

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