sábado, 31 de octubre de 2020

Enterrar la batata

Los perros entierran los huesos, y yo tuve uno que enterraba sapos, los desenterraba podridos y se revolcaba con eso. 
Otros entierran tesoros, como un amigo de un amigo de mi viejo, que metió muchos dólares en latas selladas y las enterró en un terreno. Después de muchos años consiguieron ubicar algunas: las latas se habían podrido y los billetes se perdieron casi por completo.
Ahora nos dicen los diarios que el gobierno griego cubrió la entrada de la Acrópolis con cemento.
Escándalo.
Como pasó en su momento con el Ecce Uomo, y también el caso menos conocido del Castillo de Matrera, el sentido común dice que las antigüedades deben mantenerse en su forma original, conservarse, mantenerse libres de alteraciones debidas ya sea al tiempo o a la voluntad. Esto es pensar como un coleccionista, y los coleccionistas valoran la originalidad, porque la originalidad se paga bien. 
Les pediría que se metan un rato en ese mundo para que se entienda hasta qué punto es un microcosmos ajeno al devenir histórico. Y los museos, en su versión moderna, son eso mismo, grandes colecciones ordenadas de acuerdo a la potencia testimonial de sus ítems.
Lo que se hizo en Atenas nos puede gustar o no, pero sinceramente, en cuanto a conservación arqueológica, los europeos deberían hacer un respetuoso silencio.
Capaz que cubierta de concreto hasta se conservan mejor los mármoles.
Lo que crece bajo la tierra es raíz, por eso la batata no es una fruta.

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