martes, 15 de diciembre de 2020

Cambiar los chichés

Recuerdo que en cuanto pude independizarme alquilé y mudé sin preparar realmente nada. Ocupé el departamento llevando un colchón atado con una soga, ropa de cama (más necesaria que muchas otras cosas), la guitarra, y el equipo de mate. Después compré heladera, pizzeras y un cuchillo. Me instalé con lo mínimo pensando que si uno pone muchas cosas de entrada, en seguida se llena la casa de boludeces.
Me equivoqué: igual se me llenó la casa de boludeces que no sé dónde poner.
Como esos chirimbolos que ocupan lugar son exactamente los clichés. Si se eligen con criterio dan ambiente, buen tono y personalidad. Pero lo más frecuente es que limiten nuestra capacidad de maniobra.
¡En nuestro propio hogar, que es el lenguaje!
Y parecen difíciles de dejar atrás, son una masa compacta y resistente.
Hoy creo que si no puedo tener menos, al menos cambiándolos de a uno se irá notando alguna diferencia, algún flujo en ese magma de retazos verbales.
Podría, para empezar, dejar de decir que me explota la cabeza. En cambio podría afirmar que se me quemó el bocho. En vez de contar la guita en lucas, la voy a contar en palos.
Cuando hable de un loco irrecuperable, no diré cachivache: lo llamaré incunable.
Las cosas exitosamente reparadas, en lugar de quedar joya, quedarán flama.
Temo, eso sí, que nunca me desprenderé de pipí-cucú.

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