viernes, 11 de diciembre de 2020

Sospechar

La lección de la caverna de Platón, que seguramente empezó como esos recursos ingeniosos de los pedagogos, que por ganarles la risa nerviosa del estudiantado se convierten pronto en leit motiv, para después tomar vuelo y extenderse como una fábula minuciosa, dejó una huella tan profunda gracias a su componente moral. Es curioso que los filósofos modernos se hayan empeñado de tal manera en hacer de esa fábula un modelo de análisis del conocimiento objetivo, cuando es una escena que sólo se sostiene por la intervención intencional de las personas. 
Lo mismo pasa con el ejemplo de Descartes, con su genio maléfico que lo envuelve en apariencias sensibles para que nunca llegue a percibir la realidad. Siempre hay que contar con una voluntad que hace entrar la mentira y el engaño.
Casi se diría que es a partir del planteo cartesiano que los pensadores renuncian a resolver el problema del engaño, haciendo de cuenta que no existe.
Y como bien dijo Santo Tomás: el mejor truco del diablo es hacerle creer a los hombre que no existe.

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