jueves, 3 de diciembre de 2020

Morir en la calle

La gente andaba asombrada de que se judicializó la muerte de Maradona. Parece algo loco, porque se muere gente todo el tiempo. El sentido común dice que está mal, que lo único que hacen es caranchear y causar más dolor. Quien sepa de alguien que llegó a la casa de un ser querido, encontró la puerta cerrada, nadie que responda el timbre, y terminó prestando declaración indagatoria en un juzgado penal, puede sentir lo profundamente sacrílego que es esto.
En la Ciudad de Buenos Aires esto se llama un óbito en domicilio, y de oficio, o sea por defecto, tiene que intervenir un juez. Porque si no interviene un juez, matan a los viejos y dicen "llegué y lo encontré así".
O matan a la esposa y le dicen al comisario "sacame la policía de encima". Las funerarias siempre conocen un médico que firma el certificado de defunción.
Pero pero pero pero... Sin peros: no hay otra forma.
Todo eso se ahorra si se está en una sala de hospital, con la correspondiente Historia Clínica donde queda asentado cómo, por qué y a qué hora se termina la cosa.
Pero para la gente exquisita, morir en un sanatorio es artificial, frío e impersonal.
Y qué, entonces?
Hoy había una marcha de médicos. En el día del médico. Esos que te atienden en el hospital para que no te mueras en el hospital. Y este médico va y se muere ahí, marchando. En un lugar lleno de gente. De personas que seguro lo conocían, y otros que sin conocerlo igual sabían quién era.
Y yo estoy seguro de que si una persona se muere así, sabiendo quién es, donde todos tienen un lugar, pero siempre están queriendo ir a otro lado, esa persona nunca termina de ser, se queda un poco en el medio de la vida de todos los demás.

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