miércoles, 9 de diciembre de 2020

Dar el piné

La guerra es el origen de casi todos nuestros avances culturales, es algo descabellado cómo la capacidad de matar subleva todos los órdenes y los pone a su servicio, exigiéndoles además rendimientos exorbitantes. La guerra instala la dinámica de la competencia, que desestabiliza todos los estándares de lo que está bien, lo que es suficiente y lo que es indispensable.
Mucho antes de que la moda impusiera al cuerpo de las mujeres sus mínimos y sus máximos, los cuerpos de todos estuvieron sometidos a la rasa de la utilidad para la guerra: "con armas el varón, con hijos la mujer" (por supuesto, para Disney esto era cosa de chinos bárbaros).
Para los varones, ya instalados en la modernidad y la revolución industrial, el reclutamiento forzoso impuso sus estándares a través de la fórmula del "Piné", una valoración de la masa muscular mínima para ser un soldado, algo así como una Cuota Hilton para la carne de cañón.
No existe expresión que sea más contundente y clara respecto de lo mortífera que resulta la adaptación, el nivel de apropiación y sometimiento que implican los criterios de inclusión.
Se habla y se ve todo el tiempo el daño que produce excluir, ser excluido. Pero se nota muy poco que las personas que encajan están mucho más comprometidas en una pendiente resbalosa hacia nada misma.

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