martes, 29 de septiembre de 2020

Correr como loco

Cuando se dejan de escuchar los ruidos a que nos acostumbramos al punto de no sentirlos, en nuestra mente aparece un sentimiento difuso que no llega a ser alarma pero tampoco es la tranquilidad que se imagina la gente que vive en zonas ruidosas cuando seña con mudarse a un lugar tranquilo.
Los oídos, que siempre están soportando una carga constante de basura acústica, reaccionen como el cerebro de un adicto en abstinencia, creando sus propios ruidos con que aturdirse. Pero por supuesto que fracasan, y uno empieza finalmente a tomar un principio de consciencia del hecho de que algo no anda bien, tal como lo vienen presintiendo las entrañas, que al no tener un aparato de interpretar, pueden recibir las noticias de la realidad sin la mediación de la idea.
Cuando el destino cuelga de un hilo, y el mundo que conocemos se inclina sobre el filo de una giro catastrófico, hay un precioso momento de lucidez clarividente, un instante donde la noción de lo que se viene es tan precisa y real que alcanza el nivel del ideal de la belleza aristotélica, ocasionando esa parálisis del ser que contempla sin más, colmado por la incumbencia de la verdad en su alma indivisa.
Él es en un todo no otra cosa que el saber sobre la única cosa que puede anunciarse de manera unívoca.
Se pudrió todo, rajemos.

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