viernes, 11 de septiembre de 2020

Tomar partido por el más débil

 La debilidad es universal. Ya ni debería hacer falta recordarlo, pero todos, absolutamente todos los seres humanos tienen en su haber la experiencia del desvalimiento.
Nadie se acuerda de eso. Son experiencias tan tempranas que son previas a la memoria misma. Apenas queda huella más bien de la respuesta, una memoria en acto. Por otro lado, a lo largo del desarrollo se pueden repetir situaciones que replican el estado de debilidad primaria. Esos eventos se suceden en situaciones puntuales, particulares en la vida de cada individuo, y en cada ocasión, se asocian con las huellas de las experiencias pasadas, en una cadena que puede ser más o menos continua para cada uno.
Algunas personas no llegar a hacer ese proceso que asimila los registros más básicos con esquemas más elaborados, y los convierte en memoria emotiva. Las personas que olvidaron su desvalimiento, suelen con más frecuencia tratar mal, discriminar o divertirse con el maltrato.
Tal vez porque en lugar de incorporar esa memoria la fueron rechazando, disociándose. Tal vez porque prematuramente se identificaron con los más fuertes, aunque fueran también rivales. 
La única chance de sentir la debilidad absoluta sin querer olvidarla para siempre, parece ser que haya cerca alguien fuerte, alguien en posición de suspender el dolor. La identificación con el otro que cuida es la misma que con el otro que maltrata, en el fondo, la diferencia depende de la circunstancia.
El resultado no es un rol opuesto, sino memoria en un caso, sentido y sentimiento de unidad, y en el otro, un empobrecimiento, limitación de la personalidad, rigidez, paranoia.
Aceptar la debilidad, cura y a la vez previene.

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