jueves, 6 de agosto de 2020

Ocuparte de tus asuntos

No hay como estar tapado de compromisos para acordarse de todos los asuntos pendientes. Parece que la virtud de la conciencia es justamente demandarnos acciones impracticables. Uno termina siempre obligado a compensar con algo indefinido. Es una tortura que sólo remite cuando somos forzados a tomar decisiones o a privarnos de tal o cual cosa. Entonces sí podemos lamentarnos: la culpa es ajena. Todavía hay de qué quejarse, pero la queja no deja ningún saldo. Es más, hace conversación, uno de los insumos más críticos y menos reconocidos (los tímidos y retraídos tenemos muy claro cuánto vale cada minuto de conversación fluída).
Entonces ¿Cómo se corta ese ciclo de enajenarse para gambetear la consciencia?
Es la misma pregunta que se hace el procastinador ¿Cómo arranco de una vez?
Los psicólogos no pueden dar una respuesta directa, no porque no sepan, sino porque el camino es un salto reisgoso.
El único camino para dejar de esconderse tras las obligaciones externas es ir derecho al sentimiento de culpa y miserabilidad que se esconde atrás de cada meta no cumplida, atrás de cada promesa rota, de cada negligencia.
Hay que soportar sentirse un inútil total.
Hay que sentarse en el medio de la rueda y escuchar todos y cada uno de los pases de factura más íntimos y agudos.
Recién ahí se puede descubrir la finalidad paradójica de la consciencia, una finalidad que nadie esperaba, pero que al fin y al cabo se aprovecha. Es la misma función del fuego, que tanto destruye como limpia.

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