miércoles, 26 de agosto de 2020

Vigilar la tostada

El chiste ya es lugar común: si estás mirando las tostadas no se terminan de hacer nunca, y si te ponés a hacer otra cosa se queman.

En esta certidumbre se filtra una idea universal acerca del sentido de la vista, que en la antigüedad era tenida en cuenta por los filósofos. Se creía, y creen hoy los niños, que el ojo emite una especie de rayos o tentáculos hacia los objetos y con eso los percibe. Esta idea de la vista como una especie de radar, y la función equívoca de la vista en la vigilancia y la persecución, llevan a que mirar sea una forma de controlar, de ejercer un poder. Y como este poder es más bien imaginario, se presta a ser culpable de los efectos que se quiera. Y como el poder es malo de por sí, viene con trampa: ejercerlo conlleva alguna especie de maldición.

Yo creo que la forma de conjurar esta dificultad debería estar en cambiar la intención misma de la vigilancia. Debería ser más como un acto de contemplación. Así como se pueden contemplar las cosas pequeñas de cerca haciendo un mundo de cada detalle, se podría hacer pasar un tiempo breve como si durase años, sin que se vuelva tedioso, a condición de prestar la suficiente atención como para que se vuelvan interesantes los sucesos ínfimos.

El crepitar de una miga, la curvatura de una rodaja, la milimétrica fumarola, son verdaderos cataclismos al igual que las erupciones volcánicas, las tormentas tropicales o los terremotos.

Contemplando, igual de demora, pero sabiendo que al final, es lo que se estaba buscando.

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