lunes, 31 de agosto de 2020

Fanfarronear

La literatura de hoy en día es unánime: los malos son fanfarrones, y los fanfarrones son malos que al final del día llevarán su merecido. Qué adorable catecismo! No viene al caso acá, pero los catecismos de todo tipo son algo que hay que desterrar de una vez. Y cuando digo desterrar me refiero al planeta Tierra.
El catecismo amontona progreso social inequitativo a base de sometimiento. Enseña a los pobres a conformarse y a los ricos a no traicionar a su clase.
Que es perfectamente reemplazable lo testimonia la historia, que hasta el año quinientos estuvo llena de sociedades que subieron y bajaron sin usar de manera masiva esa dramática propia de fábulas. La mitografía y la epopeya exaltan siempre al astuto, al atrevido, al dadivoso. Bueno, al final se mueren todos, pero eso es nomás para terminar el argumento de una forma natural.
Y Esopo? Esopo era justamente un vanguardista, la punta de lanza de la reforma moral que acompañó la caída del imperio romano y que tardó unos mil años más en llegar a imponer un orden tan viscoso, escurridizo e insidioso como lento en llegar a ser.
No digo que hay que ser todo el tiempo como los héroes de las sagas vikingas, siempre hablando de sí mismos, siempre midiéndose los cuernos con el vecino de remo en el drakkar. Uf, eso los convertía en insoportables: por eso los echaban de la casa y tenían que ir a buscarse la vida saqueando por ahí.
Fanfarronear es cosa de un día, pero de algún día.

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